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El método Clínico y la investigación en la psicología del niño (página 2)



Partes: 1, 2

Ya que el método
clínico ha rendido grandes servicios, en
un campo donde, sin el, no habría desorden y
confusión, sería un gran error privar de él
a la psicología
del niño. La fuerza de las
cosas nos obligará a esquematizar nuestros casos, no
resumiéndolos, sino extrayendo de las referencias
significativas de conversaciones los pasajes que tengan un
interés
directo solamente. De varias páginas de notas tomadas en
cada caso, retendremos de este modo sólo algunas
líneas.

El buen experimentador debe, en efecto, reunir dos
cualidades con frecuencia incompatibles: Saber observar, es
decir, dejar hablar al niño, no agotar nada, no desviar
nada, y al mismo tiempo, saber
buscar algo preciso, tener en todo instante alguna hipótesis de trabajo,
alguna teoría,
justa o falsa, que comprobar. En resumen las cosas no son
sencillas, y conviene someter a crítica
rigurosa los materiales
así recogidos. El psicólogo, en efecto, debe suplir
las incertidumbres del método de interrogación,
aguzando su finura de interpretación. La esencia del
método clínico consiste, en discernir el buen grano
de la cizaña y en situar cada respuesta en su contexto
mental.

Los cinco tipos de
reacciones observadas en el examen clínico

  • El no imortaquismo: El niños sin
    reflexionar responde a la pregunta inventando una historia en
    la que no cree, o en la que cree por simple impulso verbal.
    Las ideas centrales sólo ocupan un restringido
    número de páginas, y el resto va dedicado a una
    documentación que se entrega para su
    consulta

  • Decimos que hay fabulación, cuando el
    niño se esfuerza por contestar a la pregunta pero esta
    es sugestiva, o el niño trata simplemente de responder
    al examinador sin recurrir a su propia
    reflexión.

  • Decimos que hay creencia sugerida, hacemos
    entrar en este caso la perseveracion cuando es debida al
    hecho de ser formuladas las preguntas en series
    sugestivas.

  • En los demás casos, la perseverancia es una
    forma del no imortaquismo, cuando el niño
    contesta con reflexión extrayendo la respuesta de sus
    propios fondos, sin sugestión.

  • Siendo la pregunta nueva para él decimos que
    hay creencia disparada. La creencia disparada no es,
    pues, ni propiamente espontánea ni propiamente
    sugerida es el producto de un razonamiento verificado ante
    una petición, pero por medio de materiales, y de
    instrumentos lógicos.

  • Cuando el niño no tiene necesidad de razonar
    para contestar a la pregunta sino que puede dar con presteza
    una respuesta formulada o formulable hace creencia
    espontánea
    , cuando la pregunta no es nueva para el
    niño y en el caso de que la respuesta sea fruto de una
    reflexión anterior y original.

Cuando se interroga a los niños,
principalmente antes de los siete y ocho años, ocurre
frecuentemente que, aun guardando un aire de candor y
de seriedad se divierten con el problema planteado e inventan una
solución simplemente porque les agrada.

La observación enseña que el
niño es poco sistemático, poco coherente, poco
deductivo, en general, extraño a la necesidad de evitar
las contradicciones, yuxtaponiendo las afirmaciones, en lugar de
sintetizarlas, y contentándose con esquemas
sincréticos, en lugar de impulsar el análisis de los elementos. O, dicho de otra
manera el pensamiento
del niño esta más cerca de un conjunto de actitudes que
hacen a la vez de la acción
y del ensueño que del pensamiento, consiente de si mismo y
sistemático, del adulto.

Las creencias infantiles son producto de
una reacción influenciada, pro no dictada por el adulto.
Podemos proponernos el estudio de esta reacción y esto es
lo que emprenderemos de esta obra. Basta saber que el problema
tiene tres términos: el universo al
que el niño se adapta, el pensamiento del niño y la
sociedad
adulta que influye sobre este pensamiento. Pero, de otra parte,
hay que distinguir, en las creencias infantiles dos tipos muy
diferentes. Una, como acabamos de ver, están
influenciadas, pero no dictadas por el adulto. Las otras, por el
contrario, son simplemente impuestas, ya por la escuela, por
la familia, ya
por las conversaciones adultas oídas por el niño,
etc. Estas creencias, naturalmente, carecen de interés de
donde procede el segundo problema, el más grave desde el
punto de vista metodológico: ¿cómo
distinguir, en el niño, las creencias impuestas por el
adulto y las creencias que atestiguan. Una reacción
original del niño?

Consiste en considerar al niño, no como un ser de
pura imitación, sino como un organismo que asimila las
cosas, las criba, las digiere, según su estructura
propia.

Principalmente la uniformidad de las respuestas de una
misma edad media.
Sí, en efecto, todos los niños de la misma edad
mental han llegado a la misma representación de un
fenómeno, a pesar de los azares de sus circunstancias
personales, de sus tropiezos, de las conversaciones oídas,
etc., hay en ella una primera razón a favor de la
originalidad de esta creencia.

En segundo término en la medida en que la
creencia del niño evoluciona con la edad siguiendo un
proceso
continuo hay nuevas presunciones a favor de la originalidad de
esta creencia.

Tercero, si una creencia está realmente formada
por la mentalidad infantil, la desaparición de esta
creencia no será brusca, sino que se comprobara un
conjunto de combinaciones o de compromisos entre ella y la nueva
creencia que tiende a implantarse.

Cuarto, una creencia realmente solidaria de una
estructura mental dada resiste a la sugestión; y quinto,
esta creencia presenta múltiples proliferaciones y reobra
sobre un conjunto de representaciones vecinas.

Estos cinco criterios, cuando son aplicados
simultáneamente, basta para enseñarnos si una
creencia ha sido tomada por el niño de los adultos por
imitación pasiva o si es en parte producto de su
estructura mental, seguramente estos criterios no permiten
descubrir el producto de su estructura de la enseñanza adulta a la edad en que el
niño comprende todo lo que se le dice (apartar de 11-12
años)Pero es que entonces el niño no es ya
niño, y su estructura mental se convierte ya en la del
adulto.

Sobre el realismo.

  • Piaget menciona que el pensamiento del niño
    tiene todas las apariencias del realismo pues ignora la
    existencia del yo y toma la perspectiva propia por objetiva y
    absoluta; el niño es realista porque ignora la
    existencia del sujeto y la interioridad del pensamiento.
    Asimismo, Piaget concluye que para el niño, pensar es
    manejar palabras. En esta creencia están implicadas
    tres confusiones: existe en primer lugar, la confusión
    del signo y la cosa; después, se encuentra la
    confusión de lo interno y lo externo: el pensamiento
    está considerado como situado tanto en la boca como en
    el aire; y finalmente hay confusión de la
    materia y el pensamiento: se considera el pensamiento
    como un cuerpo material, una voz, un soplo. Conforme
    desaparecen dichas confusiones nacen tres dualismos. Hasta
    los siete-ocho años aproximadamente los nombres surgen
    de las cosas, se les descubre con sólo mirar las
    cosas, pues están en ellas. Esta primera forma de
    confusión del signo y la cosa desaparece hacia los
    siete-ocho años. La desaparición de la
    confusión de lo interno y lo externo se da entre los
    nueve-diez años, cuando los nombres son situados en la
    cabeza. A los once años es el momento en que se tiene
    por inmaterial el pensamiento. 

Sobre el animismo.

  • La segunda forma de representación del mundo
    en el niño trabajada por Piaget en esta obra es el
    animismo, que es cuando el niño considera como vivos y
    conscientes un gran número de cuerpos que, para
    nosotros son inertes. Piaget hace una conclusión
    importante en este apartado: el pensamiento procede por
    espirales nunca por línea recta, por lo tanto, a la
    creencia inmotivada sucede la duda, y a la duda la
    reacción reflexiva, pero esta reflexión
    está minada por las nuevas tendencias
    implícitas y así sucesivamente. Así se
    explica que un gran número de niños mayores
    parecen presentar un animismo más extenso que los
    pequeños, pues estos niños al chocar con un
    fenómeno que no pueden explicarse mecánicamente
    sienten la necesidad momentánea de este
    animismo.

Sobre el artificialismo.

  • Piaget observó que los niños
    consideran las cosas como el producto de la
    fabricación humana en lugar de prestarles a ellas la
    actividad fabricadora a lo que llamó artificialismo
    infantil. Parece ser que el artificialismo procede de los
    sentimientos de participación de la misma forma que el
    animismo.

Bibliografía

Piaget, Jean. La representación del
mundo en el niño. – España
: Morata, 1978.

http://www.monografias.com/trabajos20/representacion-del-mundo/representacion-del-mundo.shtml

www.wikipedia.com

www.rincondelvago.com

 

 

 

 

 

Autor:

José Emmanuel Saldaña
Letepichia

Partes: 1, 2
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